
La meditación como un estado para trascender el corto plazo
Los estados de bienestar y felicidad, tanto como los de angustia y malestar, son momentos pasajeros atados a los vaivenes de la mente. El estado meditativo permite tomar conciencia para comprender que no somos los personajes que representa la película de nuestra mente y nuestros pensamientos.

Seguramente has sentido frecuentemente que algo más significativo o trascendental tiene que existir para justificar y dar sentido a esta experiencia humana.
Estados de alegría, satisfacción, éxitos, metas alcanzadas, felicidades o tristezas momentáneas, al igual que insatisfacciones, fracasos, infelicidades –que, más que momentáneas, parece que se instalan para no irse más–, son estados que hemos experimentado en el pasado, y habremos de seguir experimentándolo.
Viviendo todo lo que vivimos en esta vida, sumado a lo que viven otras personas cercanas a nosotros, cuyas experiencias vivimos como propias por la cercanía afectiva que compartimos, llega un momento cuando sentimos necesidad de decir “basta”. Basta de tanto no saber por qué ni para qué.
Cuando se trata de circunstancias agradables, aceptables, queridas y esperadas, todo marcha de maravillas y las tomamos como buenas noticias. La mala noticia sucede cuando están marcadas por el signo contrario. Entonces nos detenemos en el tiempo para preguntarnos acerca del por qué y para qué de todos esto.
El corto plazo y el estado de meditación
Cualquier respuesta que ensayemos, o que cualquiera nos sugiera para paliar nuestra ansiedad de aniquilar la pregunta, no logra acallar nuestra mente, que regresa siempre a la esfera del corto plazo y se instala en el ámbito de la pregunta. Y si no es nuestra pregunta, es la de alguien cercano que se la formula, solo para recordarnos que no estaba respondida de manera definitiva, y nuevamente se instala en nuestra cotidianeidad la pregunta sobre el por qué y para qué de todo.
Nuestra mente es nuestro útero gestador de pensamientos de los más variados, y si nos aferramos a ella para darnos paz y tranquilidad, se transforma en un imposible. Como el perro que persigue su propia cola, como si no le perteneciera, y da vueltas y vueltas con la intención de atraparla, cuando nosotros nos paramos en nuestras mentes para dar respuestas a lo que ella misma se pregunta, estamos igualándonos al perro.
Ahí es donde aparece el valor de vivir en estado meditativo. Vivir en estado de meditación no es otra cosa que aprender a convivir con esa mente llena de preguntas y respuestas sintetizadas en pensamientos de lo más variados. Y en emociones y sentimientos de amor, odio, bronca, enojo, ternura, angustia, etcétera, y sensaciones físicas de placer, dolor, frío, enfermedad, y así siguiendo.
El estado de meditación como el espectador de la película
Vivir en estado de meditación es conectarnos con nuestra conciencia, que está detrás de nuestra mente, observándola como una inmensa pantalla en la que se proyectan todas las novelas con las que convivimos día a día.
El estado de conciencia es como el espectador que observa un film proyectado en la pantalla, pero teniendo en claro que él mismo no es ni la pantalla, ni mucho menos el argumento, ni los actores, ni la escenografía, ni el principio ni el final.
Cuando nos identificamos con la película proyectada no estamos en estado de conciencia, sino que estamos en la mente. Si no lo deseamos, o si creemos que no nos queda más alternativa que ser la película proyectada, estamos corriendo nuestra propia cola con la ilusión de salirnos de esa proyección. Claramente, es un imposible.
El estado de meditación como experiencia de vida
Vivir en estado de meditación es un ejercicio continuo, que no se aprende, sino que se experimenta día a día. No es algo que podamos aprender leyendo libros, escuchando conferencias, yendo a maestros y sabios. Por el contrario, de lo que se trata es de sentir el estado de amor como el de las personas amadas. Ambos se entregan a vivir ese estado de amor, y simplemente va sucediendo, con el simple hecho de estar, y cada vez se va más y más profundo.
A medida que vivimos en estado de meditación, comenzamos a observar que nuestra mente no puede existir sin nuestra conciencia, sin ese espectador. También podríamos llamarle el “ser”, el “self”, el “uno mismo”, el alma, dios, nuestro maestro interior, etcétera. No importa el nombre que le demos, y tanto mejor si no le damos ningún nombre. De lo que se trata es de sentir que vive dentro nuestro, y comenzar a captar que ese estado de conciencia puede existir sin la mente, pero la mente no puede vivir sin la conciencia.
El estado de meditación en la vida cotidiana
Ejercitar este estado en la cotidianeidad de nuestros quehaceres, nos dará la posibilidad de afianzarnos en este descubrirnos, y descubrir que hay alguien más dentro nuestro. Nuestro interior observa a la mente, y cuando digo “mente” me estoy refiriendo a los pensamientos, las emociones y sentimientos, las sensaciones físicas. Y vamos dando a luz nuestra propia conciencia, nuestra fuente que, más que respondernos a las preguntas de nuestra mente, nos provee de paz, armonía, equilibrio, amor, plenitud y dicha.
Al conectarnos con nuestra conciencia vamos transformando nuestra manera de vivir en un estado nuevo, un estado meditativo. Lejos de deshacernos de nuestra mente y pretender que esté en paz –cuando no es esa su función–, comenzamos a captar que era más sencillo aceptar ser un espectador que elige ver una determinada película, pero que entra y sale de la sala cuando quiere.
Vivir en estado de meditación es vivir aquí y ahora, incluyéndote.
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