En ocasiones, nos hemos cuestionado si existe algo más significativo o trascendental que dé sentido a esta experiencia humana. Hemos experimentado momentos de bienestar, éxitos y alegrías, pero también de angustias y fracasos que parecen instalarse por más tiempo del deseado.

Nuestra mente es el útero gestador de pensamientos y emociones variadas, pero aferrarse a ella para encontrar paz es un imposible, como el perro que persigue su cola. Aquí es donde el valor del estado meditativo se revela. Aprender a convivir con nuestra mente y emociones, y ser espectadores conscientes, es el camino hacia una vida en armonía.

El estado meditativo nos permite conectar con nuestra conciencia, aquella que observa como un espectador la proyección de nuestra mente en una inmensa pantalla. Vivir esta experiencia no es algo que se aprenda con teoría, sino que se experimenta día a día. Al sumergirnos en el estado de amor y aceptación, nuestro ser se conecta con algo más profundo, trascendiendo la mente y sus limitaciones.